miércoles, 1 de febrero de 2012

Los mejores ratos: nuevo blog

Los mejores ratos son aquéllos vividos en las películas, sobre todo. Y en los libros. Y en el fútbol. En los mundos temporales. Este blog habla sobre ellos y, especialmente, sobre cómo están escritos.


La arena, la mesa de naipes, el círculo mágico, el templo, el escenario, la pantalla, la pista de tenis, el tribunal de justicia son todos, en su forma y en su función, terrenos de juego, esto es: lugares prohibidos, aislados, vallados, consagrados, en los que prevalecen reglas especiales. Todos ellos son mundos temporales dentro del mundo ordinario, dedicados a la representación de un acto aparte.

Johan Huizinga, Homo Ludens.



http://losmejoresratos.wordpress.com/

martes, 5 de julio de 2011

El Jinete

- Por muchas mujeres que hayas conocido en tu vida, siempre hay una que te toca en lo más hondo.
- Bueno, no es grave, supongo que se pasa con la muerte.

La Balada de Cable Hogue - Sam Peckinpah (John Crawford, Edumund Penney)

Hellville de Luxe (Estadio Azteca, México DF, 2010)



El viaje a ninguna parte (Teatro Metropolitan, México DF, 2004)


Flamingos (Guadalajara, México, 2002)


Pequeño Cabaret Ambulante (Foro Sol, México DF, 2000)

jueves, 28 de abril de 2011

Alguien ha matado a alguien

Seguramente íbamos a palmar la eliminatoria contra un equipo espectacular, tras 180 minutos, por calidad, por Messi (el verdadero factor diferencial y esencial de ese equipo), por fútbol. Seguramente. Pero una cosa es morir de forma natural y otra que te maten de un navajazo, sin dejar que la vida o el fútbol decidan. Me refiero, claro, a la incomprensible expulsión de Pepe. Con esa decisión el árbitro cortó el partido de raíz.

Lo de Stamford Breach fue, quizás, el mayor escándalo que yo he visto en mi corta vida futbolística. A eso hay que añadirle la expulsión de Motta el año pasado, la de Van Persie en octavos y lo de ayer en el Bernabéu. Aunque hay una diferencia entre lo del Chelsea y lo demás. Al Chelsea le robaron el partido; en el resto de casos nos lo robaron a todos nosotros. A todos los que lo vimos o lo queríamos ver. Ya que nunca sabremos lo que hubiera ocurrido en igualdad de condiciones.

El Real Madrid (el técnico, los jugadores y los verdaderos aficionados) asume que hoy por hoy es inferior al Barcelona, posiblemente el mejor equipo del mundo y quizás de la historia (con el mejor jugador a años luz de los demás). Con esa realidad asumida, Mourinho hace lo posible por igualarles, por competirles, y lo consigue. Y criticar eso es como si alguien critica a Rafa Nadal por jugarle con sus armas a Roger Federer, y así lograr vencerle.

Arañarles el título de Copa a ese equipo ya ha sido un éxito. Y si el Barcelona no tiene tres Champions seguidas en tres años es gracias a Mourinho, y si no tiene dos copas del rey en tres años es gracias a Mourinho. Su plan ayer para evitar un desplome físico en la segunda parte (no hay equipo que aguante la intensidad de la Copa, con ese inconmensurable sacrificio) era resistir en el primer tiempo e intentar marcar en el segundo. Y así se iba desarrollando el encuentro, con los dos equipos contentos con el 0 – 0, Adebayor haciendo sensacionalmente su función y  Kaká esperando en la banda… Hasta que Stark se cargó el partido.

Yo, desde luego, si me hubiese cruzado con el alemán por los túneles del estadio, habría hecho lo mismo que hacía Gila cuando se cruzaba con Jack el Destripador por los pasillos del hotel, decir disimulando y mirando hacia otro lado:

Aquí me huele a asesino. Aquí alguien ha matado a alguien.

sábado, 23 de abril de 2011

El fantasma de las Navidades pasadas

espaco

A todos nos gustaría ser otro.

Nos gustaría ser Jeff Bridges, Tony Soprano, el hombre que mató a Liberty Valance; Atticus Finch los más justos, Vincent Vega los más canallas; Liotta en Goodfellas, Pacino en Heat, Bogart en Casablanca. Iniesta en Sudáfrica, Raúl en Gelserkinchen, Ronaldo en Mestalla; Ali en el ring, Loriga entre sus páginas.

Quisiéramos ser el amante de nuestras esposas o el esposo de nuestras amantes. Hay quien no le haría ascos a ser Nacho Vidal, Chuk Norris, Amancio Ortega o el ganador de Gran Hermano. Cada uno con sus cosas.

No nos importaría ser el cabrón de nuestro jefe, la hija de puta de nuestra prima o el que se tira a la secretaria. Nos gustaría ser el del otro andén, el que espera otro tren, el que no te conoce. Preferiríamos ser el del número impar, el que besa a la rubia en la esquina del bar, el que dice siga a ese taxi.

El turista de la ciudad, el residente en el lago.

Nos gustaría, en fin, ser casi cualquiera. Pero, sobre todo, nos dejaríamos arrancar un brazo por volver a ser, ahora y para siempre, aquel tipo que algún día fuimos. Ése, claro, que ya no es otro más que un desconocido, un intruso en el jardín. O al menos, seguro, eso somos nosotros para él, fantasmas de las Navidades futuras.

Será mejor empezar a construir otro disfraz.

domingo, 27 de marzo de 2011

Ellos también reían

Al acabar la película cambiamos de canal. Estaban dando un programa de reportajes sobre diferentes familias anónimas españolas y sus estilos de vida poco convencionales. En ese momento, se trataba de un grupo de monjas de clausura (Clarisas) en un pueblo de algún punto de España. La madre superiora tenía unos sesenta años y era española; el resto (unas diez) eran en su mayoría extranjeras: latinoamericanas y africanas. Todas eran muy risueñas. Tenían sonrisas puras, sinceras. 

Aprendían a tocar el piano (con infinita paciencia de un profesor); montaban en bici en los recreos, con el manto negro suspendido en el aire, encima del sillín. En uno de estos juegos, se les coló un balón de baloncesto en un pozo. Tras muchos intentos, consiguieron sacarlo con un cubo. Al ver el balón salir, las monjas lo festejaron con alaridos eufóricos, como niñas en su primer día de vacaciones o ante un regalo muy preciado de los reyes magos. Enseñaron también la zona de las visitas, donde a través de una reja podían ver a sus familiares.

Sentadas al sol se contaban chistes. La madre superiora contó uno bastante bueno sobre un matrimonio que discutía acerca de si el hombre viene del mono o de Adán y Eva: ella está convencida de la teoría de la costilla, pero él le dice que eso es una tontería. Ella va un día a casa de su madre: «Mamá, Fermín dice que el hombre viene del mono, no de Adán y Eva». «Eso será que su familia viene del mono pero la tuya viene de Adán y Eva». Todas las monjas se echaron a reír de una manera terriblemente contagiosa, ligera, hermosa, limpia. Nosotros, al verlo, también reímos.

Yo pensaba para mí que toda esa alegría, ese amor, era real. Era de verdad. Viven ahí metidas y son verdaderamente felices. Unánimemente felices, como con una inocencia no perdida. Les preguntaron si a pesar de estar bien allí no echaban de menos a sus familias. Todas dijeron que no, o al menos ninguna dijo que sí. «Sabíamos que dejábamos todo por estar con Dios», sentenció la Madre Superiora.

Y toda esa felicidad, esa pureza en ese cautiverio, comenzó a darme mucho miedo. Me recordó a la terrorífica película griega Canino, donde un matrimonio mantiene a sus tres hijos atrapados en una casa, sin haber salido jamás de ella, y sin ninguna influencia del exterior más que la paterna. Ellos también reían. También parecían niños. 

El secuestro salva del daño exterior creando niños eternos. Apagamos la tele. Daba mucho miedo. 

lunes, 21 de marzo de 2011

CISNE BLANCO


La película cuenta la historia de Nina, una joven y brillante bailarina de una importante compañía de danza, elegida para el papel protagonista en la representación de El Lago de los cisnes. Una madre autoritaria y represiva, un profesor exigente y sin escrúpulos, una compañera con la zancadilla preparada en cualquier momento y, sobre todo, la obsesión autoexigente de la propia Nina hacen que el papel se convierta en una auténtica pesadilla para ella.

Bien. Durante la primera hora de película todo funciona, emociona, engancha… Todo es estéticamente atractivo, al servicio de una historia bien contada, tan elegante como sincera. De hecho, durante esa primera hora, pensaba para mis adentros que ésta era sin duda la película del año, sin duda la más emocionante, por encima de La Red Social, Valor de ley, El discurso del rey… Por eso, precisamente por todo lo que estamos disfrutando, da tanta rabia asistir a su desmoronamiento, a unos últimos 20 minutos que parecen pertenecer a otra película, a una de esas terror asiático de sustos, y no a esa bella, subterránea, contenida y desasosegante primera hora.

La bailarina Nina roza la perfección en su Cisne Blanco pero no es capaz de llevar a cabo con éxito el Cisne Negro; exactamente lo mismo le ocurre a esta película. Es evidente que el río subterráneo que recorre la historia es la locura de la protagonista, que de vez en cuando sube a la superficie en pequeños y efectivos golpes; pero a la hora de que todo eso salga a la luz la película fracasa estrepitosamente, atendiendo más a la locura que al sufrimiento, a la anécdota que al personaje.

Parece como si el propio director, Darren Aronofsky, del que destaca a su vez su bipolarismo como director, más pendiente del efecto unas veces (Réquiem por un sueño) y del fondo otras (El luchador), haya tenido que luchar contra su particular Cisne Negro y se haya dejado llevar por su lado más estruendoso, sin conseguir la perfección ni la emoción, sino una ruleta de artificios que te saca de la película y hace que ya no te creas a esa criatura excepcional con la que estabas sufriendo hasta hace un momento.

Aún con todo, Cisne Negro seguramente sea la película que más me ha transmitido y con la que mejor me lo he pasado del cine americano del último año. La espectacular música, la sublime (hermosa, honesta, emocionante) Natalie Portman, la fotografía… hacen que merezca la pena sin duda ver la película, aunque acabe perdiendo el norte...

Ojo, una aclaración: me gusta el poder visual de Aronofsky, con un Haneke, por muy bueno que sea, ya tenemos bastante; pero es que entre La Pianista y la última media hora de Cisne negro hay una película posible: la propia Cisne negro, su primera hora, el Cisne Blanco.

jueves, 17 de febrero de 2011

La amabilidad de los extraños



RAÚL

Dice Ana Sanz-Magallón en su estupendo libro sobre guión Cuéntalo bien, que una historia funciona cuando un personaje persigue un objetivo difícil, que alcanzará o no. Las historias de Raúl siempre funcionan bien. Porque para él es difícil llegar al objetivo, ya que no tiene ninguna ventaja especial sobre los demás. Bueno, sólo una; como dijo Valdano: tiene la cualidad más difícil de apreciar por la gente no inteligente, la inteligencia.

En una reseña sobre Lola Flores en el New York Times se podía leer: «Ni canta, ni baila. No se la pierda». Con Raúl pasa lo mismo: «Ni tira, ni regatea. No se lo pierda». El otro día, en Mestalla, y vestido por una vez de ese extraño azul al que jamás nos acostumbraremos pero que le da un agradable aspecto a lo Superman, pagó la última letra que le quedaba del pequeño chalet adosado que compró hace tiempo. Cartas a Calle Eternidad, Nº 7.

QUIQUE Y NACHO

El concierto de Quique González la otra noche en el Florida Park fue maravilloso. El madrileño fue soltando clásicos como si tal cosa, mientras los presentes daban por hecho que todas y cada una de las canciones hablaban de todos y cada uno de ellos. Cuando, evidentemente, sólo hablaban de ti y de mí o cómo mucho de nosotros.

Nacho Vegas saca nuevo disco, La Zona Sucia (la parte del circuito en que el asfalto está sucio por los restos de goma). Ya le he dado unas cuantas vueltas y me está gustando mucho este Nacho luminoso y menos apocalíptico, que escribe canciones mientras en la tele ve la Fórmula 1 y se le chafa el día cuando pierde el Sporting. Supongo que está en sintonía con esa frase de Casavella que tanto me gusta: este mundo puede ser doloroso, hasta infernal, pero no es serio.

Del disco, de momento, mención aparte para Lo que comen las brujas. Una preciosa pieza medio nana medio tenebrosa que se ha apoderado de mi alma y de mi corazón. Es la primera canción, con ese toque infantil, que me hace pensar en ese ser humano que aún está por llegar.

INGLÉS

En la escuela de inglés a la que he decidido apuntarme hay dos opciones: ir a la sede de Alonso Martínez por las tardes o a la de Ciudad Universitaria por las mañanas.

La opción de Alonso Martínez por las tardes tiene un pro y un contra. El pro es que la recepcionista es una de las chicas más guapas y más majas del mundo. El contra es que al ser por las tardes, y salir a las 21:30, me coincidiría con partidos de Champions League, lo cual, para mi miserable existencia, significa renunciar a mis pequeñas dosis de felicidad.

Cómo pueden comprobar mis decisiones se apoyan en aspectos vitales.

¿Existen más posibilidades de que yo logre entablar alguna conversación con sentido con la recepcionista o de que el Madrid gane la Champions? Evidentemente, y aún estando la cosa jodida salvo que nos echen una mano los gunners, lo segundo. Así que iré a Metropolitano, de mañana, y me entretendré pensando que si llego a ir a Alonso hubiera formado una numerosa familia con la recepcionista de la International House; familia en la que, por nacimiento, nuestros hijos serían bilingues o al menos tendrian matrícula gratis en la escuela donde trabaja su madre.

O mejor: iré a Alonso, veré cada día a mi mujer imaginaria  y me fumaré las clases que coincidan con el camino de La Décima.

UN TRANVÍA LLAMADO DESEO

Fuimos a ver al bonito Teatro Español Un tranvía llamado deseo, dirigida por Mario Gas y en versión de José Luis Miranda. Me atrajo mucho el montaje, la atmósfera, el juego con los audiovisuales… En cuanto a la enjundia de la obra, me gustaron las escenas, tranquilas, donde entramos poco a poco en lo subterráneo de los personajes, hasta que se producen pequeños estallidos de violencia. Me gustó, ya digo. Pero no me emocionó lo suficiente, ni me fascinó. Lo mejor del reparto es una estupenda Vicky Peña, que fue ovacionada contundentemente por el respetable. Ariadna Gil que no figura, ni mucho menos, entre los santos de mis devociones en el cine, me pareció que estaba muy bien. Estupendo también Alex Casanovas. Roberto Álamo primero me gustó y luego se me fue desinflando.

Acabo con una frase de la obra, la más conocida de todas, la que pronuncia el personaje de Blanche Dubois, Vivien Leigh en el cine:

«Siempre he dependido de la amabilidad de los extraños.»

Aquí quedamos mi blog y yo, en manos de la vuestra.